miércoles, 11 de diciembre de 2013

Oídos que bien oyen, consejos encierran

Hace tiempo que no escribo y no es por falta de ganas, sino de tiempo y desazón. El ruidismo de esta sociedad no nos deja escuchar nuestros propios pensamientos. Y así no se puede reflexionar sobre las cosas. Tengo la sensación de no haber estado en silencio desde hace años. Por eso me gusta nadar, pero sobre todo bucear. Porque debajo del agua no se oye nada. Solo un murmullo de lo que pasa fuera, lejano y ausente. Como si no fuera contigo. Por eso me gusta cuando voy a trabajar en moto, porque me pongo en casco y entro de nuevo en una burbuja en la que no cabe lugar para el ruido. Y me escucho respirar. Me escucho, me siento. Y en esos once minutos desconecto más que un fin de semana entero en casa.

Estamos sometidos a ruidos constantemente, tanto que los hemos asumido como algo normal. Y ya no somos capaces de distinguir entre un pájaro o el sonido de un móvil. A lo mejor el mundo tiene un interruptor, y que si lo apagamos se activa un hilo musical delicioso y relajante que nos mece a lo largo de los días, y empezamos a hablar todos un poquito más bajo, hasta llegar a susurrar. Y volvemos a descubrir los maravillos sonidos que hay fuera de las ciudades. De pequeña me dormía escuchando grillos y me despertaba con el gallo. Qué increíble que siga habiendo lugares así, que no desaparezcan por favor. Los vamos a necesitar todos en breve.