jueves, 3 de septiembre de 2015

Hemos conseguido volar como los pájaros, nadar como los peces, pero no hemos conseguido saber vivir juntos

Esta semana tengo el pecho encogido, la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas. Podría ser porque Nerea empieza en una guardería nueva, volvemos a separarnos y vuelvo a cargar la losa de no ser yo la persona con la que pase el día entero. Podría ser porque cada separación me pesa,  me entristece y me reabre el debate interno sobre si no debería dejar de trabajar unos meses para no perderme su etapa de bebé. Podría ser porque cogerá enfermedades que estando las dos solitas no cogería y verla enferma y sufriendo va a hacerme a mí sufrir infinito sin poder hacer nada para evitarlo.

Podría estar llorando por esto que tanto me entristece. Pero en realidad, esta semana estoy llorando por otro tema. Por lo que está pasando en el mundo.  Y porque soy consciente a cada instante, de que nuestra familia, y sobre todo Nerea, es una privilegiada. Y eso me inunda de tristeza el corazón y todo mi ser.

Privilegiada por vivir aquí, tener unos padres que le pueden dar todo, no como tantos millones de niños que ahora mismo están jugándose la vida huyendo, y en muchos casos están encontrando la muerte. Nadie puede quedarse impasible ante lo que estamos viviendo. Imaginad por un momento en que sois vosotros, vuestra familia la que tiene que dejar todo, coger unas pocas ropas y echarse a andar kilómetros para acabar hacinados en camiones o trenes, asfixiados, o en barcos que naufragan para encontrar con un poco de suerte la deseada y necesaria huida, o la muerte. Huir, migrar y buscar refugio en otro lugar es un derecho humano. 

Imaginad por un momento que es vuestra familia la que tiene que ver cómo matan a vuestros hijos, las guerras, las enfermedades, las iras e intereses de la economía mundial, deshumanizada y sin piedad. Imaginad lo que tiene que ser pasar por esa huida, por esos días interminables, caminando, intentado subirse a un tren, pasar una valla de pinchos,  Los niños siempre son los que acaban sufriendo las consecuencias en todos los conflictos, y ellos no tienen culpa alguna de estar ahí, de haber nacido en ese lugar. Son seres indefensos e inocentes.

Yo me muero. Veo las imágenes de esas familias con niños pequeños y con bebes huyendo y me muero. Me recorre una tristeza y una impotencia que me mata. Somos los animales menos solidarios que hay sobre la tierra, egoístas y tremendamente insensibles. Y lo peor de todo, es que eso no va a cambiar, pero tenemos que luchar para que no sea así. Tenemos que cambiar de forma de entender el mundo, dar prioridad a las personas, a los seres humanos por encima de a nuestros trabajos, sanidad, pensiones y bienestar. Tenemos que ayudar a estas personas, no sólo acogiéndolas, sino dándoles la posibilidad de que rehagan su vida, ellos no tienen la culpa de estar pasando por lo que están pasando. Mañana podemos ser nosotros los que tengamos que salir huyendo.

Solo espero que el padre de Aylan, de tan solo tres añitos, único superviviente de toda la familia, no haya podido ver las imágenes que han recorrido el mundo. Solo espero que si algún día a mi hija le tiene que pasar algo así, yo haya muerto antes.


viernes, 26 de junio de 2015

Amar sin padecer, no puede ser

El 3 de enero de 2015 me enamoré. Pero esta vez de verdad y para siempre. De eso estoy segura. Una amiga me dijo hace unos años que cuando tuvo a sus hijos descubrió lo que era el amor. Y así es, el amor que se conoce hasta ser madre o padre no tiene igual al sentimiento que te hace sentir un hijo, llevo 6 meses intentando escribir sobre ello, es tan intenso que es muy complicado encontrar las palabras que lo describan bien. Al final, se puede decir que ser padres es amar a un nivel superior a lo hecho hasta la fecha. Y por lo tanto, sufrir a un nivel superior a lo sufrido hasta la fecha. No hay nada en este mundo que unos padres no puedan hacer por evitarles a sus hijos el sufrimiento. Es una obviedad pero yo ahora realmente soy consciente de ello, de que haría lo imposible por garantizarle a mi hija la ausencia de dolor en su vida, lo que hiciera falta sin importarme nada más que su bienestar.

Hay muchos momentos muy especiales al tener un hijo. En mi caso guardo un recuerdo precioso tanto del embarazo como del parto, ya que ambos fueron inmejorables y son muchos los momentos increíbles que vivimos mientras la niña crecía dentro de mi, y al verla salir al mundo. Así que estoy más que dispuesta a repetir. Pienso que un hermano o una hermana es el mejor regalo que podemos hacer a nuestra hija, alguien que esté para siempre en su vida, con el que aprender a reír, a llorar, a compartir, a jugar y a crecer.

Cada momento nuevo en la vida de un bebé es igual de mágico que los anteriores. Pero si tuviera que elegir me quedo con estos que he vivido hasta la fecha (6 meses):

-el momento en el que descubres ese olor a bebé tan rico que desprende su piel y te lo comerías, como si de una magdalena sabrosa se tratara. Y le hueles y le hueles y le hueles y le hueles y nunca se le acaba el olor… mmmmm…qué placer!!
-el momento en el que le descubrimos los pies. No se puede entender cómo dos trocitos de carne tan diminutos pueden hacernos sentir tanta ternura.  Me tienen el corazón robado y cada día necesito vérselos al menos una vez.
-el primer día que salís a la calle empujando el cochecito. Poco dura la alegría cuando descubres que necesitas más práctica para no chocar con todo lo que hay a tu alrededor jiji.
-el momento en el que ya son capaces de ver, fijan la mirada en tu cara y te sonríen. Suele ocurrir hacia los dos meses de vida. Aún no me he compuesto de aquel derretimiento tan brutal.
-los momentos en los que se van quedando dormidos en cualquier parte y en cualquier postura, ves cómo lucha contra ello porque quiere estar despierta pero no hay nada que detenga esa fuerza descomunal que es el cansancio.
-cuando se acercó la fecha de incorporarme la trabajo y tras 6 meses de lactancia fuimos añadiendo la alimentación complementaria. Las caras y sensaciones cuando prueban sabores nuevos que les desconciertan pero que al mismo tiempo no pueden dejar de probar y probar y probar, y chupar, chupar y chupar. 

También me suele gustar ser sincera del todo con el hecho de tener hijos. Estoy absolutamente segura de que es lo mejor que he hecho en mi vida, pero es justo no negar que tiene un lado duro: la falta de sueño de seguido y reparador sobre todo las primeras semanas, la exigencia física, la frustración cuando no sabes calmarle o entender lo que le pasa, la complicada logística para todo, el descalabro en la planificación diaria…  La lactancia materna tampoco ha sido para mí una experiencia místicamente placentera, o no he sabido descubrir esa parte por lo menos. He dado pecho desde el inicio y aún lo sigo haciendo, pero no he visto en ello un goce ni una satisfacción extrema como lo describen otras mujeres.  Estoy convencida de los beneficios de la lactancia materna, por eso elegí hacerlo, pero ha sido más exigente de lo que me imaginé, quizás no he tenido una lactancia fácil y eso me ha hecho vivir la experiencia como algo que me ha supuesto un gran esfuerzo.    

De cualquier modo, ser padres es lo mejor que nos ha pasado en la vida, el esfuerzo merece mucho la pena, pero muchísimo. Así debe ser porque a pesar del cansancio estamos ya soñando con encargar la segunda cosita revoltosa que llegue a nuestras vidas, pues es algo tan mágico y tan especial tener un hijo que nos apetece repetir pronto. Mientras eso llegue seguiremos disfrutando de nuestro bichito, de sus sonrisas, sus abrazos, sus avances y sus descubrimientos. Ahora nuestras vidas tienen un aliciente más, del que estamos profundamente enamorados: Nerea.