Hace tiempo que no escribo y no es por falta de ganas, sino
de tiempo y desazón. El ruidismo de esta sociedad no nos deja escuchar nuestros
propios pensamientos. Y así no se puede reflexionar sobre las cosas. Tengo la
sensación de no haber estado en silencio desde hace años. Por eso me gusta
nadar, pero sobre todo bucear. Porque debajo del agua no se oye nada. Solo un
murmullo de lo que pasa fuera, lejano y ausente. Como si no fuera contigo. Por
eso me gusta cuando voy a trabajar en moto, porque me pongo en casco y entro de
nuevo en una burbuja en la que no cabe lugar para el ruido. Y me escucho
respirar. Me escucho, me siento. Y en esos once minutos desconecto más que un
fin de semana entero en casa.
Estamos sometidos a ruidos constantemente, tanto que los hemos asumido como algo normal. Y ya no somos capaces de distinguir entre un pájaro o el sonido de un móvil. A lo mejor el mundo tiene un interruptor, y que si lo apagamos se activa un hilo musical delicioso y relajante que nos mece a lo largo de los días, y empezamos a hablar todos un poquito más bajo, hasta llegar a susurrar. Y volvemos a descubrir los maravillos sonidos que hay fuera de las ciudades. De pequeña me dormía escuchando grillos y me despertaba con el gallo. Qué increíble que siga habiendo lugares así, que no desaparezcan por favor. Los vamos a necesitar todos en breve.
Estamos sometidos a ruidos constantemente, tanto que los hemos asumido como algo normal. Y ya no somos capaces de distinguir entre un pájaro o el sonido de un móvil. A lo mejor el mundo tiene un interruptor, y que si lo apagamos se activa un hilo musical delicioso y relajante que nos mece a lo largo de los días, y empezamos a hablar todos un poquito más bajo, hasta llegar a susurrar. Y volvemos a descubrir los maravillos sonidos que hay fuera de las ciudades. De pequeña me dormía escuchando grillos y me despertaba con el gallo. Qué increíble que siga habiendo lugares así, que no desaparezcan por favor. Los vamos a necesitar todos en breve.