El 3 de enero no fue solo el primer cumpleaños de Nerea. Fue
también el primer cumpleaños de nosotros como padres. Un año que ha sido muy
diferente y muy especial, ya que el primer año como padres es algo que nunca se
vuelve a repetir por muchos hijos que tengas, pues ya tendrás la experiencia
que no tuviste la primera vez.
Hubo una época en la que solo me despertaba el despertador,
y si me despertaba por las noches me daba la vuelta y me volvía a dormir sin
más. En la que desayunaba tranquilamente leyendo las noticias y escuchando las
noticias de la radio.
Hubo una época en la que por trabajo me movía mucho: hoy una
reunión aquí, mañana unas jornadas allí, pasado un congreso más allá.
Hubo una época en las que las tardes, después del trabajo
eran un mundo de posibilidades: deporte, idiomas, cervezas….
Hubo una época en la que los findes se dormía hasta las 12,
se desayunaba hasta las 14 y a esa hora se salía a la calle a ver qué surgía y
nos deparaba el día, sin prisas ni planes.
Hubo una época en la que me pasaba meses planificando un
super viaje, al otro lado del mundo, exótico y aventurero.
Hubo una época en la que no me imaginaba otra vida mejor que
la que tenía. Y qué equivocada estaba.
Ahora lo único que nos despierta es Nerea que desde su cuna en
su habitación nos reclama a gritos que se traducen en: “llevo 11 horas
durmiendo y sin comer, o me ponéis un biberón o empiezo a trepar por la pared”.
Y eso es entorno a las 7-8 de la mañana, fines de semana incluidos, pues el
bitxito no se desprograma los sábados y domingos, ella tiene hambre a esa hora
todos los días, como es normal. Algunas noches también sus gritos en sueños
interrumpen nuestro estado en coma, pero ya hemos aprendido a no acudir, pues
haces el esfuerzo de levantarte y llegas y está como un tronco soñando riendo y
gritando a la vez. Cosas de bebés….
Ahora las mañanas son de ducha a todo correr y desayuno con
Nerea entre nuestras piernas o en brazos si queremos ir más rápido. Corriendo
al trabajo y de camino la dejamos en su guardería, a donde va encantada. Las
mañanas son en la oficina, cerca de la guardería por si hay que ir a recogerla
porque está malita, pensado que ya habrá echado su siesta de la mañana y que
pronto comerá y que hoy le toca plato nuevo, a ver si le gusta o no. A primera
hora de la tarde salto para ir a recogerla y pasar toda la tarde con ella, de
juegos, paseos y compras. Poco más y más que suficiente. A las 20h vuelta a
casa y rutina nocturna, rutina que nos permite una harmonía total y un tiempo
para nosotros solos a partir de las 9 de la noche.
Los findes empiezan pronto, y los planes dependen del tiempo
pero lo que sí es una aventura es pasarse el día fuera de casa con todos los
bártulos que un bebé necesita a lo largo del día. Cuando no tenía hijos me parecía impensable
que no se echara de menos esa otra vida en la que había hueco para tantos
planes. Pero las preferencias cambian.
Y en realidad todo cambia, pero lo esencial sigue siendo
igual: el amor. El amor hacia una personita que antes no existía y que hace que
al principio la pareja se tambalee un poco. Pues no está preparada para sentir
tanto amor y miedo a la vez. Miedo. Por el posible sufrimiento de algo tan
pequeño pero tan delicado y que tanta ternura desprende. Y que crece desmesuradamente rápido,
cruelmente rápido. En pocas semanas desaparece el bebé, la cosita indefensa de
mirada perdida y puñitos cerrados se convierte en un bebé que ríe, voltea,
balbucea y reclama las cosas que le gustan. Y en pocos años, menos de los que
nos gustaría, nuestros hijos pasarán de necesitarnos para todo a no
necesitarnos para nada, a llamarnos a todas horas hasta borrarnos el nombre a
no querer ni que nos acerquemos a sus habitaciones. Este post me hizo llorar mucho en su día, porque está lleno de realidad: http://mammamia.blogs.elle.es/2016/01/11/los-hijos-olvidaran/
Es entonces cuando entra de nuevo en juego la pareja, la
persona que seguirá a tu lado para que la vida que tuvisteis antes, las cosas
que hacíais antes, se vuelvan a hacer. Por eso es importante dedicarse a los
hijos pero sin olvidarnos de nuestro compañero-a, pues volveremos a estar solos
de nuevo, sin llantos, fiebres, y pañales de por medio que nos impidan apenas comunicarnos.
Con un montón de años de vida por delante.
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