miércoles, 24 de marzo de 2010

El Principito


Es mi libro favorito porque guarda tantos mensajes abiertos a tantas interpretaciones que cada vez que lo leo sigo aprendiendo algo. Saint-Exupéry se imagina a sí mismo perdido en el desierto del Sahara, después de haber tenido una avería en el avión. Entonces aparece un pequeño príncipe. En sus conversaciones con él, el autor revela su propia visión sobre la estupidez humana y la sencilla sabiduría de los niños que la mayoría de las personas pierden cuando crecen y se hacen adultos. Y yo que he trabajado con niños y con adultos, con adultos niños, con niños adultos, no puedo estar más de acuerdo con lo que cuenta en el libro:

“Las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones. Los niños debemos ser muy indulgentes con las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!" .

Una de mis partes favoritas del libro es la parte en la que el principito conoce al zorro.
—“Hola, soy un zorro, ¿me domesticas?”
—No —dijo el principito—. Busco amigos.
—¿Qué significa "domesticar"? —preguntó el principito.
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos... "
—¿Crear vínculos?
—Efectivamente, verás —dijo el zorro—. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
—Comienzo a comprender… —dijo el principito—. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
—¿Qué tengo que hacer entonces? —dijo el principito—.
—Ven mañana a la misma hora —dijo el zorro—. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

...

—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.
—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito para acordarse.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
—Es el tiempo que yo he perdido con ella... —repitió el principito para recordarlo.

...


Para mí, hay dos clases de personas en el mundo: los que fliparon con el El Principito y los que no. Pero no os preocupéis si sois de los que lo leyeron en su día y no les dijo nada. Volved a hacerlo, ¡siempre se siente algo diferente!

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